domingo, 21 de julio de 2013

Anécdotas futboleras alrededor del mundo.











Sólo en una ocasión asistí como espectador a un estadio, y lo hice a los treinta años. Esto fue en la final de la Copa Mundial Sub-17 cuando la selección de México se coronó en el Estadio Azteca.










Si bien nunca me interesé por conocer los “templos” de este deporte, he conocido algunos de los más importantes de mi país y del mundo —particularmente los que se erigieron en la periferia urbana.

En mi juventud, por ejemplo, gracias a los viajes familiares conocí los estadios Jalisco de Guadalajara, el erróneamente llamado “Nou Camp” —en alusión al Camp Nou catalán— de León, el Universitario de Nuevo León..., así como el descuidado y mítico, Agustín “Coruco” Díaz de los Cañeros del Zacatepec, que la tradición conserva como uno de los campos más inexpugnables: el pasto no se cortaba, y se regaba previamente al inicio del juego para que la humedad y el calor inmisericorde causaran estragos en los visitantes.

Al Estadio Olímpico de los Pumas de la Universidad Nacional Autónoma de México, mi equipo, que tantas veces he observado durante mis visitas a Ciudad Universitaria, no tengo la intención de acudir próximamente.










Estuve afuera del Santiago Bernabéu y pasé por debajo del túnel que limita con el Vicente Calderón; circulé muy cerca de los estadios de Francia en San Denis —donde el brasileño Roberto Carlos impartió clase de física, después de patear aquel tiro libre impresionante—, del ADO de La Haya, del Sturm Graz austríaco, y del Zenit de San Petersburgo que pronto será reemplazado por otro más moderno.










Me hospedé y caminé por barrios futboleros como Galatasaray y Beşiktaş en Estambul, y Ferencváros en Budapest, y no reparé en sus estadios.











Platiqué de fútbol con conductores en Grecia, Rusia, Israel y España —un culé me transportó a Barajas para regresar a México, y le comenté que me imaginaba cuán difícil resultaba para él celebrar los recientes triunfos barcelonistas en la ciudad de los “merengues”. 










También recorrí las principales calles y avenidas comerciales; aquellas en que abundan los artículos oficiales y las imitaciones de los clubes más poderosos del orbe: la Gran Vía de Madrid; la calle Arbat de Moscú; la Nike de Campos Elíseos dedicada al Paris Saint-Germain; los comercios que desembocan en la Plaza Dam de Ámsterdam y que resguardan los “suvenires” más extraños del colosal Áyax que revolucionó la historia del balompié en la década de los setentas —el equipo de una población del estado de Guanajuato, Celaya, liderado por Emilio Butragueño en las postrimerías de su carrera, por su juego se granjeó el mote de “Celayax”—;  las tiendas romanas aledañas a la Fuente de Trevi, atendidas por chinos; Picadilly Circus y Oxford Street en Londres, donde la monstruosa mercadotecnia azul del Chelsea predomina sobre la del Arsenal, Liverpool y Manchester United... 










El inglés, nos guste o no, es el latín de nuestro tiempo —como seguramente no les agradaba a los pueblos subyugados bajo la Pax romana, Paz romana—, el instrumento a partir del cual se comunican diversas culturas. En el extranjero corroboré que el football es otro “idioma” que permite acercarse a los seres humanos —preferentemente si son hombres.










En México es frecuente que cuando se aborda un taxi, este tema sea el pretexto ideal para romper el hielo entre el conductor y el pasajero. Uno le pregunta al otro qué le pareció el juego, o bien cuál es su equipo, y lo demás fluye...










Hay que entender al deporte profesional como un negocio —incluso como un monopolio: saber que hay personas que lo practican con la esperanza de mejorar su condición socioeconómica y que, al mismo tiempo, hay quien lo juega sólo por esparcimiento. Un tópico que a muchos les interesa demasiado, y que otros tantos no se preocupan en lo absoluto por él. Lo cierto, es que el fútbol es un fenómeno social y global, cada cual decidirá si para bien o para mal.














Grecia








En 2008, un tipo robusto y enorme de carácter afable, que conducía un Mercedes Benz como taxi, me transportó del aeropuerto al hotel. Su nombre era Vángelis, y  resultó ser “fan-ático” del Panathinaïkós de Atenas, cuyo nombre fue inspirado por una obra del logógrafo Isócrates: Panatenienses.










Mientras conversábamos acerca de la sorpresiva victoria de la selección griega cuatro años atrás en la Eurocopa de Portugal; así como sobre el jugador mexicano-uruguayo, Nery Castillo que había participado de la Superliga de Grecia y que recientemente se había marchado a Ucrania; del OFI de Creta, del PAOK, del Aris y el Iraklís de Salónica.













Él se comunicaba por radio con su mejor amigo, quien era “hincha” —como dicen en Sudamérica— del acérrimo rival, el Olympiakós de El Pireo, el equipo que originalmente siguieron trabajadores y marineros, en tanto le decía emocionado que transportaba a un mexicano que gustaba y sabía del ποδόσφαιροpodósfairo, balompié.










Del lado derecho, y a la distancia, observé el Estadio Olímpico de Atenas: Spýros Loúis —en honor del vendedor ateniense de agua que ganó la maratón de los primeros Juegos Olímpicos de la modernidad en 1896—, hogar de la selección griega, del referido PAO, así como del AEK Atenas, fundado por los refugiados de Constantinopla que dejó la Guerra del Asia Menor, y que generan serios problemas cuando sus aficiones se enfrentan.










Días después, deambulando por el barrio comercial de Monastiráki, di con una sucursal oficial de la “Leyenda” rojiblanca. Los productos eran carísimos y salí huyendo.










A la vuelta del hotel en que me alojaba, distinguí que el Servicio Postal expedía estampillas con los logotipos de los clubes helénicos. Finalmente, lo único que compré en los quioscos donde proliferaban gorras, bufandas, calcomanías, calendarios..., fue un llavero de το τριφύλλι, to trifýlli, “el trébol”.





Turquía








Tan pronto como me registré en el hotel, salí a caminar por la Plaza de Sultán Ahmed, donde se encaran altivamente Santa Sofía y la Mezquita Azul. En los jardines, mientras tomaba fotografías, se acercaron a mí un par de adolescentes para presumirme sus entradas del partido entre Galatasaray —se pronuncia “Galádsarai”, y significa “Palacio de Gálata”— y Fenerbahçe —“Fenerbáche”: “Jardín del faro”.

Les pregunté “a quién le iban” —como decimos en México—, y cada uno manifestó su preferencia: “Somos amigos y rivales”, me dijeron. Incluso accedieron a mi solicitud de fotografiar su boleto.










El “Clásico Intercontinental”, llamado así porque Estambul es la única ciudad del planeta que se encuentra entre dos continentes, involucra al Galatasaray Spor Kulübü de Europa, ubicado en el distrito de Beyoğlu, y al Fenerbahçe Spor Kulübü de Asia, de Kadıköy.

Como otros clásicos mundiales, la dicotomía entre rico y pobre también se (re)presenta en esta rivalidad. El origen de los Aslanlar, “leones”, data de 1905, año de su fundación por parte de Ali Sami Yen, de ascendencia armenia, y otros jóvenes del Galatasaray Lisesi, Liceo del Palacio de Gálata, otrora escuela de los sultanes. De ahí que se vincule a este club con el tradicionalismo y la aristocracia.










Por su parte, el Fenerbahçe, del cual era aficionado Mustafá Kemal Atatürk, “el padre de los turcos”, nació en 1907.

Luis Aragonés era el “míster” —anglicismo adoptado en España para referirse al director técnico— de los Sarı Kanarya, Canarios amarillos. “El Sabio de Hortaleza” había ganado la Eurocopa en junio de ese año. En la plantilla figuraban el jugador español, Dani Güiza, así como el uruguayo, Diego Lugano, y el brasileño, Deivid.










El otro equipo grande no sólo de Estambul, sino también de Turquía, es el Beşiktaş Jimnastik Kulübü que, dicho de paso, dirigió otro técnico español, a la postre campeón mundial y europeo: Vicente del Bosque.










Con el propósito de atesorar un recuerdo de estos equipos, adquirí tres porta-encendedores con sus escudos.











Tanto en la zona tradicional como en la moderna de la ciudad, reparé en las tiendas oficiales. Estuve a punto de comprarle un conjunto deportivo del “Amarillo-azul marino”, otro de los apodos del Fener, a un comerciante que vendía sobre la banqueta —acera, para los lectores españoles—  cerca de la Estación de autobuses de Beyazit.










El domingo 09 de noviembre de 2008, Fenerbahçe goleó cuatro por uno a Galatasaray en el Estadio Şükrü Saracoğlu. No se transmitió por la televisión abierta. Yo regresaba de la legendaria estación del Expreso de Oriente. En el camino compré un paquete de galletas Ulker y una Cola Turka.

El anfitrión de un bar me invitó a pasar, persuadiéndome de que se trataba del “partido más importante del año”. En el interior del negocio, las mujeres y los hombres vestidos con sus playeras, permanecían atentos al televisor. Los gritos de los fanáticos se escuchaban a lo largo de la calle semivacía del tranvía.

Los días anteriores la televisión local realizó enlaces, reportajes, encuestas... sobre el juego —recuerdo particularmente la atención que le brindaron al atractivo capitán del Galatasaray, por las reacciones que percibí de las jóvenes estambulitas. Después, vinieron los resúmenes, la resaca y el pago de las apuestas...



Esperaba por el vuelo que me llevaría a Israel en el Aeropuerto Internacional Atatürk. Había dos jóvenes de Turkish Airlines, Aerolíneas turcas, que aguardaban por los pasajeros detrás de un mostrador.

En cuanto uno de ellos me vio acercarme, me preguntó: ¿Por qué vistes una sudadera griega —se trataba de una prenda azul con la leyenda HELLAS, transliteración de ΕΛΛΑΣ, Grecia— y, al mismo tiempo, portas un tocado turco —un fez? ¿Acaso no sabes que somos enemigos? Para evitar una discusión que no me concernía, contesté que sólo era un turista que gustaba de coleccionar ropa y sombreros de los lugares que visitaba. Ya más relajados, al revisar mi pasaporte y enterarse de mi nacionalidad, su trato cambió:

—¡Ah, meshicano! Púmash, Tigüres... —queriendo decir, Pumas y Tigres, dos equipos de mi país.
—Noshotrosh conoshemos el fútbol meshicano —agregó el otro.
—Sergio Almaguer jugó para Galatasaray —afirmé.
—¿Olmogüer? ¿Olmogüer? —se voltearon a ver.
—Sí, era defensa —puntualicé.
—¡Ah, shí, Olmogüer! —recordaron finalmente.

(De la época en que yo entrenaba en el Centro de Capacitación: Guillermo Cañedo (CECAP), donde se concentraban las selecciones nacionales de fútbol de México, obtuve un autógrafo del propio Almaguer, quien entonces era un joven delantero del Atlético Querétaro.)

Posteriormente, dos mexicanos participaron de la Superliga de Turquía: el finado Antonio de Nigris en Gaziantepspor (2006), Ankaraspor (2008) y Ankaragücü (2009); y en 2010, el también regiomontano, Giovani dos Santos, en el Galatasaray, que dirigía Frank Rijkaard, su otrora técnico en el FC Barcelona.

En julio de 2003, siendo seleccionador nacional, Almaguer regresó a Turquía para disputar la Copa Mundial Sub-20. Debido a los malos resultados de la primera ronda, disputada en la ciudad de Gaziantep, donde había jugado “El Tano” años atrás, México perdió 2 a 1 contra España en Estambul —esta vez en el “El infierno turco”: la Arena Ali Sami Yen, y no en el antiguo estadio homónimo, nueva casa del Galatasaray SK desde el 2011. Francia se coronó campeón en el estadio referido.





Israel








Jamás había escuchado sobre el Beitar Yerushalaim, Beitar Jerusalén, hasta que lo mencionó el conductor estadounidense de origen judío que me transportó de Tel Aviv a la capital israelí.










Los referentes que conocía del balompié de este país eran los “Macabeos” de Haifa y Tel Aviv que alguna vez había visto participar de las competiciones europeas. En este sentido, como en tantos otros, estaba más familiarizado con los clubes de baloncesto.











Sin preverlo, el Sabbat, día sagrado de la semana judía, me sorprendió. El desayuno y un pedazo de pan comprado en el zoco, mercado del barrio árabe, fueron el único alimento que ingerí.










Mi hotel se ubicaba a la entrada de la ciudad, la cual estaba muerta. Resultaba arriesgado aventurarme y más en mi famélica condición. Al caer la noche del sábado salí en busca de comida sin mucha esperanza, y encontré abiertos y rebosantes de vida los locales aledaños a la Central de Autobuses que habían permanecido cerrados desde el atardecer del viernes. Parecía como si la gente hubiera salido de las entrañas de la tierra y estuviera ávida de placeres.










Comí una especie de taco envuelto en un restaurante lleno de adolescentes. Pita, respondieron cuando les pregunté qué comían, y pedí lo mismo al dependiente.

Se transmitía un partido de la Ligat ha’Al, liga israelí, pero no le presté atención, estaba tan hambriento que sólo me concentré en saciar mi apetito. Aquel impreciso juego es el recuerdo que guarda mi cerebro respecto no sólo del fútbol, sino también de la sociedad hebrea.





Egipto

Durante la navegación por el río Nilo, el crucero realizó una breve escala para que los huéspedes compraran chilabas, kufiyyas... con que ataviarse para la fiesta nocturna de disfraces. Aquel día padecía de un severo dolor estomacal. Sin embargo, decidí secundar a mis compañeros en vez de quedarme a descansar en el camarote.










Mientras ellos buscaban prendas, yo me senté a la sombra. Uno de los vendedores se acercó a mí y me preguntó de dónde era. Le respondí que de México. Entonces me dijo que el Al-Ahly vencería al Pachuca en la Copa Mundial de Clubes que se celebraría el mes siguiente en Japón.











Más personas se congregaron en torno a mí, y comenzaron a enumerarme los logros de los cairotas. Aunque puntualicé que mi equipo eran los Pumas de la UNAM, de cualquier modo continuaron azuzándome por mi nacionalidad.










Se sentían muy confiados porque “El Nacional”, encabezado por Mohamed Aboutrika, había derrotado al Cotonsport Garou de Camerún por cuatro goles a dos en los dos partidos de la final de Liga de Campeones de la Confederación Africana de Fútbol.










El principal antagonista del popular Al-Ahly es el Zamalek Sporting Club, ante quien disputa el “dérby” cairota. La gente acomodada de la ciudad apoya a “Los caballeros blancos”, institución en la que algunos hijos —e incluso, nietos— sucedieron a exitosos integrantes de la plantilla.  










También se hablaba ya de la próxima Copa Mundial Sub-20 que se celebraría el año próximo. Una de las  sedes de dicha competencia fue el Estadio de Puerto Said, donde murieron 74 personas el 1 de febrero de 2012, después de que Al-Masry, “El egipcio” en árabe, venciera por tres a uno al mencionado Al-Ahly.










El día que llegué al Aeropuerto Internacional de El Cairo, tanto en el interior como en el estacionamiento, abundaban los seguidores de los “Diablos rojos” que portaban orgullosos la camiseta del mejor equipo africano del siglo XX, mientras gritaban y brincaban al ondear sus banderas. La vehemencia de tales manifestaciones me evocó a los habitantes que se vuelcan a las calles para celebrar que la cruenta guerra civil terminó finalmente...










El 13 de diciembre de 2008 en el Estadio Nacional de Tokio, Pachuca —el primer club de fútbol de México, fundado en 1901, y cuyo origen debe a los mineros ingleses que trabajaban para la Compañía Minera “Real del Monte de Pachuca”— venció cuatro a dos al Al-Ahly, que se creó en 1907 para acoger a los estudiantes cairotas que se inconformaban por la colonización. Ya de vuelta en mi hogar, recordé con mayor claridad los semblantes y las palabras de los arrogantes fanáticos egipcios.










Bélgica








La visita al Bruparck para conocer el símbolo de Bruselas: el Atomium, me permitió divisar el Estadio del Rey Balduino; llamado así desde 1995.










En realidad no era sino el tristemente célebre Estadio de Heysel, en cuyo interior murieron 39 personas y hubo 600 heridos —otra fuente cita 38 muertos y 450 heridos— una hora antes de que iniciara la final de la Copa de Europa de Clubes —recuerdo particularmente el título del aún equipo yugoslavo, Estrella Roja de Belgrado en dicha competición—, hoy conocida como Champions League, Liga de Campeones, entre el Liverpool FC y La Vecchia Signora, “La vieja señora”: la Juventus de Turín, que ganó la última con un tiro penal ejecutado por Michel Platini, actual presidente de la Unión de Asociaciones Europeas de Fútbol (UEFA).












Reportaje de la RAI, televisión italiana, sobre la Tragedia de Heysel.





Cuatro años después, esta vez en una de las semifinales del torneo más antiguo de fútbol: la FA Cup, Copa de la Asociación de Fútbol, celebrada en el Estadio de Hillsborough de Sheffield, Liverpool participó de otra tragedia: fallecieron 96 de sus espectadores. Esto suscitó que las autoridades británicas tomaran medidas contra los seguidores marginales y agresivos, así como para mejorar las condiciones de los estadios: la Football Spectators Act y el Taylor Report.






Aspecto de mural de Liverpool y Everton.
Museo de Liverpool.
Foto: Ernesto Cruz.





La “Tragedia de Heysel”, en que se involucraron los hooligans, fanáticos agresivos, se convirtió en un paradigma de la violencia en el deporte, y propició que la UEFA y la FIFA sancionaran al Liverpool en particular, y a los clubes ingleses en general.










Inglaterra e Italia








Después de perder el autobús que me llevaría a la agencia, desde donde partiría a Stonehenge, llegué como pude: me subí a la vagoneta —o furgoneta como le dicen en otros países— y tomé mi lugar. Viajaban alemanes, rusos... —de hecho, un niño de esta última nacionalidad aceptó tomarme una fotografía simulando que conducía mientras esperábamos por los demás para regresar a Londres.










Entablé conversación con mi compañero de asiento. —¿De dónde eres? —De Roma. Lo cuestioné en italiano sobre cuál era su squadra. Me respondió que la Associazione Sportiva Roma. Yo le nombré a Giuseppe Giannini y a varios jugadores contemporáneos —yo solía despertarme muy temprano los domingos para ver las transmisiones del calcio, fútbol en italiano, y aunque presencié los títulos del Milán y la Sampdoria, me aficioné al Internazionale de los alemanes: Brehme, Matthäus y Klinsmann.












Me miró fijamente y me sonrió. Después llevó su mano al bolsillo del pantalón, sacó la cartera y me presumió su tarjeta de socio de los Giallorossi, Rojiamarillos. Se deshizo en elogios a Francesco Totti.










Algunos días antes, en la capital inglesa, había conocido a un luchador oriundo de Nezahualcóyotl una de las zonas más populares y populosas de la Ciudad de México: “Neza” o “Mi Nezota”, en alusión tragicómica a Minnesota, Estados Unidos. Conversamos y visitamos juntos el Castillo de Windsor.

Su esposa lo había obsequiado con un viaje por Europa, y andaba sin saber otro idioma que el suyo.

Posteriormente me reencontré con él y me platicó que se hospedaba en el lujoso barrio de Chelsea, por lo que un día, al escuchar el bullicio del público que se congregaba en Stamford Bridge, el estadio del Chelsea Football Club, se allegó al inmueble para intentar adquirir una entrada.










Me confió que se topó con un revendedor a las afueras —“un negro alto y flaco”, señaló—, quien por cuarenta euros, le vendió un boleto. Después trató de entrar, pero le fue negado el acceso porque el ticket no era válido: quien se lo vendió lo había recogido del piso, le dijo una persona de intendencia que se percató de la situación y se acercó para auxiliarlo —por cierto, también era mexicano. 

Después de platicar un rato con su paisano, el luchador, derrotado por un abusador sin la necesidad de pelear, regresó a su hotel con aproximadamente ochocientos pesos mexicanos menos.










Más adelante en el periplo que realicé por el continente europeo, llegué a Italia: estuve en Florencia, donde corroboré la pasión violeta por la Fiorentina.











En las zonas que recorrí de Roma, me encontré con una mayor afición por La Loba respecto de su rival: la Lazio.










Cuando alcancé el puerto de Nápoles, su equipo se jugaba el scudetto. Desde la época de Maradona, Ferrara, Alemão y Careca, el humilde equipo sureño que acabó con la hegemonía de los poderosos y ricos del norte no había podido ni siquiera acariciar un campeonato.










Me sorprendió sobremanera experimentar una ciudad paralizada, vacía.











Incluso cuando desembarqué en Capri, desde donde el emperador Tiberio gobernó a Roma, el conductor que me trasladó del muelle a la parte más alta de la isla, escuchaba en la radio el partido: aceleraba y frenaba por la estrecha y sinuosa carretera mientras sus banderines, muñecos... napolitanos temblaban al igual que lo hacíamos los pasajeros.










El día estaba nublado desde que visité Pompeya por la mañana, lo que evitó que fotografiara el Vesubio. Supongo que era un presagio de que los “azules” fracasarían en su carrera parejera con el AC Milan: perdieron por dos a uno contra el Udinese, y se les escapó la oportunidad de alcanzar a los Rossoneri, Rojinegros.










En la relativa comodidad de la habitación del hotel de la Via Aureliana en Roma, encendí el televisor el domingo por la noche y monitoreé varios canales. Me encontré con diversos programas futboleros en los que sobresalían las despampanantes conductoras italianas.









Recuerdo particularmente la vehemencia con que discutían y gritaban los comentaristas que degeneraban en tifosi, fanáticos —¡ah, como en tantas otras partes!


En Turquía se experimentaba algo en el ambiente, pero la nación en que sentí la pasión por este deporte fue Italia, sin lugar a dudas.






Cuba








Curiosamente, fue en mi recorrido por la isla que percibí la trascendencia del “Superclásico argentino” cuando conocí a un grupo de matrimonios adultos provenientes de un poblado cercano a Tandil —lugar de origen del tenista, Juan Martín del Potro: un doctor hincha de Boca, que había viajado por el mundo y se ufanaba de tener un palco en “La bombonera”, y un ganadero “gallina” que durante el trayecto se puso la “remera” —la playera— de “Los mishonários” para suscitar la polémica.










Gracias a las emisiones de la cadena Fox Sports, me había familiarizado con el fútbol argentino en que, al igual que en Londres, proliferan los clubes, los estadios y los clásicos.













Las discusiones entre ambos eran acaloradas y muy divertidas. Recientemente, “Los xeinezes” habían dominado a la Argentina y al continente, liderados por “El Virrey”, Carlos Bianchi, y “El apache”, Carlos Tévez, “un jugador del potrero nacido en la zona marginal del Gran Buenos Aires”, y éste era el argumento con que triunfaba el seguidor del club fundado por italianos que tomaron sus colores de un barco sueco del puerto. 











En Cuba se retransmiten editados los partidos de fútbol —y de otros deportes, como el basquetbol— algunos meses después de sucedidos. Un habitante de la isla se ufanó de que “ellos estaban informados de todo lo que sucedía en el mundo”